CUENTOS Y RIMAS
ESTE ES UN BLOG DEDICADO A TODAS AQUELLAS PERSONAS QUE, COMO YO, NUNCA DEJARÁN DE SER NIÑOS
domingo, 31 de julio de 2011
EL MIEDO DE LOS NIÑOS. Antonio Muñoz Molina
Contamos y escuchamos historias de ficción no para escapar del tedio de la vida real sino por la necesidad instintiva de comprenderla y ordenarla. La placentera evasión que nos procura una buena historia tiene siempre un camino de vuelta, aunque no siempre seamos conscientes de haberlo recorrido.
La ficción es muy anterior a la literatura y mucho más universal y más importante que ella. Narradores extraordinarios no han escrito nunca. A lo largo de la mayor parte de la historia humana, ni siquiera han sabido que existía la escritura, ni la han necesitado. La escritura tiene unos cinco mil años, y su fin primordial no fue la transmisión de historias, sino el registro de bienes almacenados y de transacciones comerciales.
Los mismos comerciantes que desde hace muchos millares de años llevaban de un lado a otro conchas perforadas, puntas de flechas de pedernal, bloques de lapislázuli o de ámbar, llevarían también consigo historias escuchadas o vividas en territorios lejanos que tendrían siempre una parte de maravilla y otra de familiaridad. Hace unos años, en una exposición sobre la Ruta de la Seda en el Museo de Historia Natural de Nueva York, había una sala en la que podían olerse las especias y los perfumes que transportaban las caravanas, y junto a ella otra en la que se escuchaban historias que llegaron a Occidente de la India y de China siguiendo los mismos caminos: fábulas de animales, leyendas de criaturas y viajes fantásticos.
En las novelas del ciclo de los Snopes, Faulkner inventa un personaje que es al mismo tiempo narrador ambulante y vendedor y mecánico de máquinas de coser, V. C. Ratliff. Las vidas de las familias campesinas están muy poco comunicadas entre sí: es Ratliff, en su viejo Ford T, quien va de un lado a otro diseminando los relatos que fortalecen la comunidad gracias a una malla de hilos narrativos. Hace muchos años que no leo Cien años de soledad, pero los dos personajes de los que tengo un recuerdo más claro son narradores ambulantes, buhoneros de mercancías y de historias: el gitano Melquíades y Francisco el Hombre, que tiene uno de los nombres más formidables de la literatura del siglo XX en español, junto al Pepe el Romano de García Lorca.
No creo que haya una historia más angustiosa, más idéntica siempre a sí misma que la de los niños perdidos que sucumben al engaño de un adulto.
El bosque de los cuentos es la metáfora de la facilidad con que pueden perderse los niños apenas se separan de la mano de sus padres.
Las grandes historias no son muchas, y tienen siempre algo de la sólida simplicidad de las mejores herramientas, a las que el tiempo y el uso desgastan mejorándolas, como mejoran los años los rasgos firmes de una cara. Las grandes historias permanecen idénticas a sí mismas por muchas veces que se cuenten y son distintas y originales en cada narración, igual que las grandes canciones.
Muchas son inmemoriales: muy pocas han nacido de la imaginación exclusiva de un escritor y han cobrado vida más allá de los libros en las que fueron contadas por primera vez. La historia de don Quijote y Sancho, la del Humbert Humbert y la nínfula vulnerada Lolita, la de la Ballena Blanca y el capitán Ahab. No sé si hay alguna más. No hay muchas más. El armazón de lo primitivo sostiene la mayor parte de las mejores narraciones modernas, sean de la novela, del cine, del teatro, de la ópera.
El Narrador de Proust, el Hans Castorp de Thomas Mann, el Parsifal y el Sigfried de Wagner, el Nick Carraway de Scott Fitzgerald, el Fabrice del Dongo de Stendhal, son variaciones del joven Telémaco que abandona la protección de su madre y de su isla para aprender las lecciones fundamentales de la vida. La intrépida Jane Eyre es tan la Cenicienta como la Pretty Woman de Julia Roberts o aquellas "reinas por un día" que hacían llorar a nuestras madres y a nuestras vecinas en los remotos concursos de la televisión en blanco y negro.
Pero no creo que haya una historia más primitiva, más angustiosa, más idéntica siempre a sí misma que la de los niños perdidos que sucumben al engaño de un adulto tenebroso, o de un adulto digno de toda confianza que de repente se transforma en un monstruo. Escribo esto y me acuerdo de los cuentos que escuchábamos los niños y los que nos contábamos entre nosotros y también de ese motivo simple e hipnótico de Peer Gyntque silba Peter Lorre en M, el vampiro de Düsseldorf. La niña sola, que juega en la calle, a la que se le acerca el desconocido, tímido y amable, casi necesitado, en un tenebrismo de ángulos de cámara expresionistas, en una de esas ciudades abstractas que en otros tiempos se reconstruían en los estudios de cine. Una teoría científica es el destilado de una serie suficiente de observaciones y experimentos; en una ficción duradera cristalizan en un solo relato muchas experiencias diversas que tienen una médula común. No hay cultura en la que no existan ficciones porque en la ficción se concentran lecciones valiosas para la supervivencia, igual que en un friso de animales prehistóricos pintados en una cueva se concentran siglos, milenios de observación imprescindible de los animales de los que depende la existencia colectiva. El cuento del niño o de los niños perdidos, del adulto familiar y repentinamente monstruoso, del desconocido que va de paso y ofrece un regalo, es la alarma universal ante un peligro que nunca ha cesado; es el saber heredado de la experiencia que los niños se transmiten entre sí con más eficacia que cuando las historias de miedo se las cuentan los padres.
En España, en Torrelaguna, dos niños aceptan la invitación de un desconocido a subir a su coche. Como en tantos cuentos, son dos hermanos, un niño y una niña. El desconocido arranca y se aleja por caminos perdidos, y acaba aprisionando a los dos hermanos en un pozo seco. La oscuridad, el desamparo, el hambre, el frío, el terror, el frágil consuelo de abrazarse, son inmemoriales: también pertenecen a una crónica de periódico que se publicó no hace ni un mes. En Nueva York, en un vecindario de Brooklyn habitado sobre todo por judíos ultraortodoxos, un niño de nueve años consigue que sus padres le permitan emprender una modesta aventura, en la que ya está el germen del viaje de Telémaco: porque está impaciente por sentir que ya ha crecido los padres no lo esperarán junto a la parada del autobús que lo trae de sus tareas escolares veraniegas, sino en la puerta de casa, muy cerca, a una distancia de siete manzanas, en un barrio donde todo el mundo se conoce. El bosque de los cuentos es la metáfora de la facilidad con que pueden perderse los niños apenas se separan de la mano de sus padres: los árboles amenazadores son las altas piernas de los extraños. En la distancia de siete manzanas el niño que nunca había vuelto solo a casa le pidió ayuda a un adulto que debería de ofrecerle un aspecto afable. Solo hay un paso entre la casualidad y el terror. El adulto amistoso le sonríe al niño y le ofrece llevarlo a casa en su coche y lo que ocurre después valdría más no poder imaginarlo. Que hay monstruos y pozos y castillos de irás y no volverás es una lección que los cuentos llevan milenios enseñándonos.
antoniomuñozmolina.es Ida y vuelta, el artículo semanal de Antonio Muñoz Molina, volverá a publicarse en septiembre.
jueves, 28 de julio de 2011
DERECHOS DEL LECTOR. Daniel Pennac
Esta es la lista que el escritor Daniel Pennac nos propone en su obra Como una Novela. El escritor francés en esta obra no solo nos explica los derechos y deberes de los lectores , sino que da ciertos consejos sobre todo a los adultos que están obsesionados con hacer de los más pequeños unos consumados lectores... formulaba el escritor francés Daniel Pennac en Como una novela (1992).
Por ello va aquí su decálogo a modo de ejemplo:
En materia de lectura, nosotros «lectores» nos permitimos todos los derechos, comenzando por aquellos que negamos a los jóvenes a los que pretendemos iniciar en la lectura:
1) El derecho a no leer.
2) El derecho a saltarnos páginas.
3) El derecho a no terminar un libro.
4) El derecho a releer.
5) El derecho a leer cualquier cosa.
6) El derecho al bovarismo. (1)
7) El derecho a leer en cualquier sitio.
8) El derecho a hojear.
9) El derecho a leer en voz alta.
10) El derecho a callarnos.
(1)Enfermedad de transmisión textual. (Término alusivo a Madame Bovary, la protagonista de la novela homónima de Flaubert, lectora compulsiva y apasionada de novelas románticas.)
martes, 10 de mayo de 2011
PARTES DE UNA HISTORIA. Antonio Rubio
miércoles, 4 de mayo de 2011
CUNA. Philippe Lechermeier
El nacimiento de una princesa trae consigo mucha alegría y festejos durante los cuales la familia invita a sus amigos, que tienen el honor de inclinarse sobre la cuna de la recién llegada.
Cada cual le dedica una alabanza, una frase con un toque de humor o de magia.
Las más clásicas: La princesa será la más bella o la princesa será la más inteligente.
La más optimista: La princesa no será charlatana.
La más original: La princesa jugará al Mus.
La más célebre: A los quince años, la princesa se pinchará en el dedo con un huso y caerá muerta (afortunadamente, alguien rectificó: No caerá muerta, caerá solo en un profundo sueño que durará cien años).
La más exagerada: La princesa sabrá montar en bicicleta sin manos.
La más escolar: La princesa escribirá sin faltas de ortografía.
La más poética: Esta bella princesa beberá el rocío de las noches de luna, y ligera y graciosa, nadará en la laguna.
Es importante no olvidar a nadie, ya que puede ocurrir que quienes no han sido invitados se molesten si no toman parte de los festejos.
Un olvido célebre: Los padres de la Bella Durmiente se olvidaron de enviar una invitación a una parienta lejana de profesión hada. Ofendida , ésta lanzó el conocido encantamiento sobre la princesa. Resultado: un sueño que duró alrededor de un siglo.
martes, 3 de mayo de 2011
LO QUE DURA UN CUENTO. Antonio Rubio
martes, 26 de abril de 2011
PRINCESA FASOLÁ
jueves, 21 de abril de 2011
SER HADA MADRINA. Carmen Gil
Dicen que es duro trabajo
el de ser hada madrina:
ir siempre de arriba a abajo,
de China a la Conchinchina.
¿Qué hay que ayudar a un pingüino
a que aprenda a nadar solo?
Pues... volando al quinto pino,
al hielo helado del Polo.
El hada se abriga mucho,
pero allí hace tanto frío
que le tiembla el cucurucho
y al encantar se hace un lío.
Si anda triste y medio muerto
un camello por amor,
hay que viajar al desierto
y pasar mucho calor.
Con más de cincuenta grados,
ninguna sombra a la vista
y arena por todos lados,
no hay un hada que resista.
Si un topo precisa auxilio,
es cuando al hada le agobia
trabajar a domicilio,
porque tiene claustrofobia.
A tres metros bajo tierra,
al hadita bonachona
su trabajo le da guerra:
¡La magia no funciona!
Con un horario horroroso
y más de un inconveniente,
¿hay oficio más hermoso
que hacer feliz a la gente?
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